La experiencia de ser profesora ha transformado mi vida. Desde que ingresé a la Universidad de Monterrey hace ya 8 años para enfrentarme al desafío de enseñar, me di cuenta de que, incluso con todo el conocimiento del mundo, no habría podido desempeñar esa labor sin realizar cambios en mí misma. Inmersa en la dinámica del aula, cada día vivía un ejercicio para fortalecer la ética y el carácter al interactuar con mis estudiantes, pero nunca imaginé que esta experiencia me serviría como base para tomar un desafío mayor: formar parte del Centro de Integridad de la universidad.
Al unirme a este centro, mi perspectiva se amplió, llevándome a pruebas más complejas y delicadas, como evaluar casos graves de deshonestidad académica (como compra y venta de tareas), y lo más difícil, tener que definir, junto con mis compañeros, consecuencias justas. Así que, más que una colaboración, la experiencia de gestionar cada caso, por alguna razón, lo empecé a vivir como una especie de autoevaluación de mi propia integridad en diversas áreas, recordando, por ejemplo, cuándo he hecho promesas que en realidad sé de antemano que no voy a cumplir, cuando he llegado a culpar a otros o a las circunstancias de lo que no he logrado, etc. Definitivamente, trabajar en el Centro de Integridad ha sido significativo por muchas razones, pero la principal creo que ha sido el llevarme a cuestionar la naturaleza humana. Pues, ¿qué significa realmente ser íntegro y por qué pareciera ser un reto para todo ser humano? ¿por qué la integridad no es una función natural, automática, como respirar? ¿por qué debemos defenderla? ¿de dónde proviene la idea de la necesidad de ser íntegro? ¿la aprendimos o es innata?
Reflexionando sobre estas cuestiones, inicié mi búsqueda explorando el significado etimológico del término "íntegro", un adjetivo que tiene su origen en el latín "integer, integra, integrum". A su vez, "integer" se forma con la misma raíz que ha dado origen al verbo "tangere", que significa "tocar" y del prefijo negativo “in”. Por lo tanto, "ser íntegro" expresa la noción de "no ser tocado", es decir, de no haber sido afectado por un mal que dañe, divida o descomponga al ser humano.
Aplicar el concepto a la dimensión física del hombre y la mujer, podría entenderse como el sufrimiento de alguna enfermedad o accidente que, fuera del control de la persona, resultara en la pérdida de uno o varios miembros de su cuerpo. Pero lo que me sorprendió y captó mi atención en gran medida fue la amplitud del concepto al ser aplicado a la esfera moral. En este contexto, la falta de integridad significa haber sido alcanzado por un mal que corrompe o destruye al ser humano desde su interior, significa, en pocas palabras, un daño o afectación de su alma, de esa sustancia primordial invisible para entrar en contacto con todo lo terrenal, que engloba el intelecto (o la mente), el carácter y la ética, las emociones y los sentimientos, la voluntad. Así que, la falta de integridad moral, es en mi opinión, mucho más grave que la física, ya que ésta es la señal de que, el hombre ha preferido elegir el mal sobre el bien de manera consciente y deliberada.
La libertad de elegir el bien o el mal es, seguramente, una de las más grandes diferencias entre los seres humanos y el resto de la creación entera. Filósofos prominentes a lo largo de la historia han abordado este tema, defendiendo que al igual que existen leyes físicas a las cuales obedecen todos los objetos del universo, también existe una “Ley natural” innata en el hombre que le indica un orden moral en su ser, por lo cual, se le ha llamado también la “Ley del bien y del mal.” Sin embargo, a diferencia, por ejemplo, de los planetas, que obedeciendo a la ley de la gravedad se mantienen absolutamente en sus órbitas, o de los objetos pesados que caen hacia la tierra obedeciendo a la ley de la gravedad, al ser humano se le ha dado la opción de no obedecer dicha Ley natural. En la antigüedad, Platón registró diálogos en los cuales Sócrates exploró la idea de una ley moral innata que guía la conducta humana. Aristóteles abordó la idea de la ley natural en su obra "Ética a Nicómaco” considerándola como un orden moral que subyace en la naturaleza misma de las cosas. Cicerón sostenía que existía una ley eterna y universal que gobernaba todas las cosas, y que esta ley estaba enraizada en la naturaleza misma. En la Biblia, el apóstol Pablo mencionó en su Epístola a los Romanos, que todos los hombres muestran la obra de una ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos. En la Edad Media, Tomás de Aquino fusionó la filosofía aristotélica con la teología cristiana de la Biblia. En su obra "Summa Theologica", argumentó que la ley natural es una participación en la ley eterna de Dios. En la modernidad, C.S. Lewis habló también de esta Ley Natural en su libro “Mero Cristianismo”, sugiriendo que, aunque algunos se molesten, considera que ningún ser humano jamás será capaz de cumplirla.
En conclusión, la integridad es un desafío humano único, relacionado con la libertad de elección de la ley natural que guía nuestras acciones. En este viaje de autoevaluación que gracias al Centro de Integridad he podido recorrer, descubro constantemente nuevos retos y matices en mi labor como profesora y mucho más como asesora de integridad. Pero, sobre todo, más que nunca estoy convencida, que como lo escribió el Rey Salomón, el ser humano más sabio que ha pisado la Tierra según la verdad de La Biblia: “el que elige caminar en integridad, anda confiado.”